lunes, 28 de enero de 2008

La escritura entre siglos

Por su constitución, esta escritura requiere una lectura y una crítica también nueva, comprensiva, dispuesta a hacer transacciones y liberada de la autoridad de la herencia canónica. (pág. 157)



Desde mediados de la década del 80 se practican en Puerto Rico varios discursos narrativos diferentes al canon dominante de la narrativa setentista. De forma soterrada al principio, luego por medio de antologías en los 90, hasta el deslinde de un corpus narrativo amplio y contundente en lo que va de esta década, la nueva y novísima narrativa puertorriqueña ha conformado en los últimos 26 años un nuevo paradigma o, mejor dicho, varios paradigmas nuevos. Este big bang de creatividad, sin embargo, no ha estado correspondido por una crítica creativa capaz de enfrentarla con meridiana solvencia intelectual. Salvo por los esfuerzos valiosos pero dispersos de un puñado de críticos, la mayor parte de la narrativa de nuevo cuño ha pasado desapercibida críticamente. Ya no. La publicación de Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos de Mario R. Cancel (Editorial Pasadizo, 2007) llena con creces ese vacío crítico.
No fue esa la intención del autor. Desde el prólogo, Cancel es enfático en sugerir las limitaciones de su texto al indicar que éste: (1) no intenta hacer un panorama exhaustivo del discurso narrativo actual en Puerto Rico; (2) es una exposición de su reflexión y lectura sobre un conjunto de autores; (3) es una reflexión de lectura, no un libro de crítica; y (4) su intención principal es estimular la discusión sobre el discurso narrativo actual fuera de la academia. Si bien se agradece la modestia de Cancel, la lectura de Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos matiza algunas de estas presunciones. Dejando a un lado la lógica binaria, podemos colegir que el texto: (1) presenta un panorama del discurso narrativo lo suficientemente amplio para decirle al lector qué ha estado pasando en la narrativa del país en los últimos 26 años; (2) es una reflexión y lectura sobre un conjunto de autores y textos, y por lo mismo, más que como apuntes o notas reflexivas, el texto admite leerse como crítica literaria; y (3) como reflexión de lectura o como crítica literaria puede leerse y comentarse fuera o dentro de la academia. Como texto medular que es, muchos y variados son los usos que admite, más de los que su autor previera.
Aparte de un breve prólogo y una valiosa bibliografía al final, el libro se divide en tres partes. La primera la constituye el ensayo “1980 etcétera: textos y contextos”, el cual se lee mayormente como una amplia e inclusiva contextualización de la nueva literatura producida en Puerto Rico desde mediados de los 80 hasta el presente, con énfasis en la narrativa. De este largo ensayo, nos resulta particularmente valiosa y reveladora la contextualización histórica, ideológica y cultural en la sección titulada “De la tardomodernidad a la postmodernidad: una propuesta de teoría cultural”. En ésta se discurre con agilidad conceptual sobre la teoría cuántica, la revolución de la información, la transición de la cultura logocéntrica a la iconocéntrica, el advenimiento del nuevo orden neoliberal y globalizado (con sus trillados trompeteos huecos del fin de la historia y demás fanfarrias apocalípticas), el impacto de este reordenamiento político y económico en la creación de un estado administrador que se afianza mediante la privatización, entre otros. Este amplio contexto sirve de telón de fondo a la discusión pormenorizada sobre los rasgos más característicos de los discursos narrativos forjados en Puerto Rico desde mediados de los 80. Sustantiva, además, la pertinente correspondencia entre discurso narrativo y contexto histórico sin que ello implique una noción mimética y sociológica de la escritura.
En los apéndices de este primer ensayo, debemos destacar la voluntad inclusiva de Cancel, un rasgo notable en el resto del libro. El autor desdeña las jerarquías del gusto. Sus reflexiones son notablemente horizontales. No antepone un autor sobre otro, ni una obra sobre otra. De ahí, por ejemplo, que al discutir sobre la literatura producida después de 1990, dedique un apartado a comentar ampliamente las revistas literarias impresas y virtuales. Pero, en definitiva, lo más notable de estos apéndices es la discusión de Cancel sobre “otras geografías” de la literatura puertorriqueña. Para ello se sirve de tres conceptos: la literatura (dominio de lo impreso), la visualitura (lugar del performero, en un espacio público) y la virtualitura (imperio de la red). Lo interesante del planteamiento del autor es que ausculta las afinidades, incluso la complementariedad entre estas formas de hacer literatura. Así, por ejemplo, la literatura impresa puede servirse de la virtualitura para promocionarse, así como la visualitura (del poeta performero) puede servir de preámbulo a la misma poesía impresa en papel. Que estas nuevas geografías transgredan los límites de lo literario, según los parámetros universitarios, es obvio, pero Cancel, sagazmente, no aboga por la atención académica, sino que proclama con tino la paulatina obsolescencia de los juicios académicos ante esta “democratización de la creatividad”: “El cuestionamiento de si esa democratización beneficiará o perjudicará la literatura en general me parece peregrino en este momento. La pregunta de si esa literatura permanecerá o no también. Estas promociones de escritores, los del 80 y el 90, han generado y continuarán generando nuevos lectores, espectadores y navegantes. El dictamen de los tribunales académicos ligados a la tradición universitaria importa ahora menos que en 1980, en especial porque se tiene cada vez más conciencia de la fragilidad de los mismos”. (pág. 86)
La segunda parte de Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos, constituida primordialmente por el largo ensayo “(Post)narrativa y escritura: un esquivo monólogo”, es la esencia del proyecto crítico de Cancel. En el ensayo se discute ampliamente la narrativa de los 80 al presente, pero desde sus discursos y prácticas escriturales más emblemáticos. Entre éstos se destaca el cultivo de la pararealidad y el ludismo como una respuesta a la depreciación de los relatos de lo nacional y otros paradigmas modernos de la historia, una estética matizada por la ciencia tecnológica, una exploración poco convencional de los géneros narrativos y el desdén de los narradores hacia la verosimilitud. Se trata, en gran medida, de un rechazo bastante extendido de la noción mimética de la literatura y un vuelco hacia la intimidad y la exploración de otros mundos subjetivos. Nociones como originalidad e influencias pierden todo sentido, puesto que se parte de la premisa de que todo texto es en gran medida síntesis de otros textos precedentes y no siempre literarios. No es de extrañar que en esta escritura de entre siglos prolifere tanto el uso del pastiche.
La tercera y última parte, “Archivo de sordos”, es un acopio de cuatro conferencias dictadas entre 1992 y 2005, en las que Cancel discute sobre la representación de lo puertorriqueño en la literatura desde perspectivas poco aceptadas (y escuchadas) en la academia. A pesar de su interés, esta última parte resulta un tanto accesoria en comparación con las dos primeras. Complementa el texto, pero no resulta imprescindible.
Mucho más podría comentarse sobre Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos. Aquí sólo consigno algunos aspectos para invitar a su lectura. El texto, sin embargo, merece una mejor edición. El equipo de editores de Editorial Pasadizo debe y puede hacer un mejor trabajo. Son notables algunas faltas tipográficas que un buen corrector habría subsanado con facilidad y, en definitiva, la diagramación del libro, sobre todo en cuanto a la división de sus partes, pudo haber sido mejor. Pese a estas flaquezas editoriales, no dudamos en afirmar que estamos ante un texto imprescindible. Es el primer esfuerzo de envergadura por sintetizar la producción literaria más reciente, por lo que su valor literario e histórico no es ni será desdeñable por mucho tiempo para “los tribunales académicos” (la frase feliz de Cancel). Pero, aparte de su valor académico, en el texto se consigna una praxis de lectura vigorosa, dúctil e inclusiva, sin las taras de un canon literario que a la postre importa cada vez menos. Una cualidad de Cancel que muchos deberíamos emular.

Entrevista a Eduardo Lalo

Realizada por la profesora argentina 
Ana María Marsan de la Universidad de California 
en Irving para Katatay, revista crítica de literatura 
latinoamericana, que se publicará en La Plata, 
Argentina a comienzos de 2008 como parte de 
un dossier dedicado a la literatura puertorriqueña reciente.



Este dossier se enfoca en la generación de narradores puertorriqueños de las últimas dos décadas y en los cortes que supone con sus antecesores. Tú has hecho reiteradas menciones a la literatura “blanda” puertorriqueña, a una literatura “fofa”. ¿Podrías trazar tu “mapa” de la narrativa contemporánea en Puerto Rico? ¿Cómo te incluyes en ella? ¿Qué cortes significativos reconoces con las generaciones anteriores?
Pienso que muchas veces la impresión fundamental que deja la literatura puertorriqueña (y no sólo ésta en el ámbito latinoamericano) es la de haber llegado tarde. Al menos dos factores se encuentran aquí implicados. En primer término, el aislamiento y la debilidad del modesto público lector del país (no hay que olvidar que el escritor es antes que todo un lector) y, en segundo lugar, el efecto pernicioso de la literatura española, que durante generaciones, de las primeras letras a los estudios doctorales, se propuso como modelo de lo que se podía hacer con la palabra.
A partir de la invasión estadounidense de 1898, Puerto Rico cae en una situación singular en el contexto latinoamericano. Es comprensible que ante la violencia de un nuevo colonialismo, muchos intelectuales y artistas optaran por defender la propia cultura sobrevalorando lo hispánico. Es preciso anotar que, con determinantes históricos menos amenazantes, esta situación se repetía en la mayor parte de las repúblicas latinoamericanas. A comienzos del siglo XX, el México revolucionario vendría a ser una excepción y su influencia se dejaría sentir por esto mismo. Sin embargo, en la década de los 50 las cosas cambian y lo que antes se había dado en la poesía, se manifiesta ahora plenamente en la narrativa. Carpentier o Borges, escritores pertenecientes a los extremos geográficos y quizás a las dos grandes literaturas nacionales del continente, publican obras fundamentales en las que el telón de fondo hispánico parece haberse esfumado. Este proceso será incontenible. Onetti o Arguedas, de maneras muy diferentes, al igual que posteriormente los escritores del boom y muchos de los que han surgido después, han ratificado esta suerte de definitivo post-hispanismo de América Latina.
Puerto Rico participa plenamente de estos desarrollos, pero parecería hacerlo con retrazo, que por ligero, no dejó de ser en ocasiones incapacitante. Inmerso (¿cabría decir fosilizado?) en su excentricidad política, los escritores del país optaron por construir una obra que muchas veces fue un libro tanto como un alegato metatextual de la escritura de ese libro. ¿Cómo producir una palabra fuerte cuando la existencia misma de esa palabra se percibía (la historia mostraría que un tanto paranoicamente) como amenazada? Se escribió mucho en Puerto Rico para defender una causa y poco para crear un universo literario. Nada de esto debe extrañar a muchos latinoamericanos. La influencia de movimientos políticos a partir de la década del sesenta creó a todo lo largo del continente ingentes cantidades de literatura “fofa” o “blanda”. Son incontables los autores o las obras olvidadas, los premios concedidos a mala literatura heroica y guerrillera. Esa blandura no es atribuible únicamente a autores sin trascendencia. Julio Cortázar, por ejemplo, responsable de notabilísimas obras de palabra fuerte, fue además autor de ciertos debilísimos textos que, como todos sabemos y resulta patente en nuestra vida diaria, impidieron que el imperialismo arrollara y ayudaron a construir una sociedad más justa.
La particularidad puertorriqueña en este proceso, es que vivimos el desarrollo de nuestra literatura con unos fotogramas de desfase. De ahí que, por ejemplo, la narrativa de la llamada generación del 70 (con sus excepciones, por supuesto, en especial Manuel Ramos Otero) parezca la versión cuentística de lo que los autores del boom vertieron en novelas. Así el barroco, lo real-maravilloso, la literatura fantástica, etc. se manifestaron en Puerto Rico con el sabor rancio de una tienda de ultramarinos. Por ello, para mí, esos textos no cuajaban ni entusiasmaban del todo, pues no los veía surgir de las calles que pisaba. No poseían muchas veces ni siquiera la frescura de la parodia; eran el homenaje ingenuo a las vacas sagradas que no se interesarían nunca por leer a estos autores.
Para que una literatura tenga fuerza, para que su palabra no sea “fofa”, deberá no sólo perder a sus padres sino que tendrá además que inventarlos y éstos ni siquiera tendrán que ser autores admirados, pudiendo ser también lo que no se aprecia o, incluso, lo que se detesta. En mi caso, la literatura española posterior a la década de 1610 me ha interesado poco, al igual que ciertas grandilocuencias latinoamericanocentristas que proponen una lista de lecturas algo escueta. Lo mismo me ha sucedido con mucha literatura puertorriqueña. Mis influencias (y creo que si mi escritura tiene alguna fuerza se debe en gran parte a éstas) son también eso que percibo como un camino errado.
Hoy, ciertos escritores puertorriqueños producen textos que se validan por su propia escritura. No parece existir en ellos un desfase, no sólo en lo concerniente al resto de América Latina, como tampoco ante el mundo. Para crear una palabra fuerte hay que escribir en tiempo real en relación a cualquier otro lugar. No se trata por supuesto de “estar al día” (¿habría que preguntar respecto a qué o quién?) sino de escribir sin ser víctima de un complejo. Escribo en Puerto Rico, país invisible. Sé que bien mirada, esta tara me concede un dolor y una perspectiva inigualables.

En La inutilidad el protagonista dice: “Me ubicaba en el lugar del desarraigado, del vencido, y hacía, en lo posible, grato y pertinente, este espacio”. Esta definición y este vínculo con el fracaso o la derrota se encuentra en tu narrativa y también en muchos autores latinoamericanos contemporáneos. ¿La consideras una postura estética y política que podría definir una cierta mirada sobre el presente compartida generacionalmente?
Antes que “una postura estética y política” es un estado dado. El mundo unipolar, la globalización, el empobrecimiento creciente de enormes mayorías, dan paso a pocas esperanzas. Otros autores latinoamericanos contemporáneos perciben también este aire de los tiempos. Pienso que las consecuencias de la desaparición de cualquier proyecto social otro que el capitalismo totalitario, se dan por igual en los extremos del espectro político. Durante la Guerra Fría, Cuba y Puerto Rico fueron dos imágenes que se oponían propagandísticamente. Buena parte de la pasada prosperidad puertorriqueña se dio por la inversión masiva de capital para generar artificialmente una sociedad “próspera” que oponerle, en la órbita caribeña y latinoamericana, al modelo revolucionario. Para muchos puertorriqueños concientes, ésta fue una de sus secretas vergüenzas. En otras palabras, la sociedad cubana debía ser y hasta cierto punto continúa siendo nuestro negativo. Sin embargo, en la literatura cubana reciente encuentro a autores con los que anímicamente me puedo sentir cercano. Su mundo de carestías no es comparable al mío, pero ambos parecemos saber lo que significa vivir en un mundo que se desploma o en una sociedad en la que el discurso oficial es el de la mentira y la explotación. Puedo, por tanto, entender a Abilio Estévez o Antonio José Ponte por San Juan, sin tener que haber puesto un pie en La Habana. Algo similar me ocurre, aunque en este caso exista cierto desfase generacional y también conceptual, con Roberto Bolaño.

La organización espacial binaria (Europa/América) de La inutilidad se ha venido repitiendo en otras novelas latinoamericanas, Rayuela sería un caso paradigmático. Más allá de las diferencias específicas, ¿encuentras que este esquema obedece a un cierto imaginario en el que se entrecruzan prácticas culturales, modos de pensar lo latinoamericano, etc.? ¿Sientes que formas parte de esta tradición?
Indudablemente. Escribir La inutilidad fue patentizar esta pertenencia. Más que con Europa en su conjunto, las relaciones de América son fundamentalmente con París, en tanto ciudad productora de literatura, arte y pensamiento. En el momento en que escribo, probablemente asistimos, con el triunfo electoral de Sarkozy, al final de ese paradigma que fue, simultáneamente, real y mítico.
Para un latinoamericano, París fue la puerta de entrada a la modernidad. No podía llegar a ella en su lengua, la propia literatura no bastaba y España era inutilizable. Luego París ha sido muchas cosas: exilio político, años locos para herederos de grandes fortunas y en tiempos recientes, otra ciudad globalizada. Pero lo que contó fue lo primero. Allí se pudo creer que la cultura moderna tenía una pertinencia máxima.
Deseo, no obstante, aclarar que no he visitado Francia en casi veinte años. Mi relación con esta cultura se da únicamente a través de los libros.

En el Burger King de la Calle San Francisco se abre con un epígrafe de El entenado de Juan José Saer. ¿Estableces alguna relación especial con la obra de Saer? ¿Con qué otros latinoamericanos te sientes “en diálogo”? ¿Cuáles son las estéticas del presente –o del pasado- en las que te reconoces o con las que sientes afinidad?
Por desgracia, he leído poco a Juan José Saer. El entenado me fascinó y a raíz de esta pregunta lo he comenzado a releer y aparte de esta novela sólo conozco Nadie, nada, nunca. Por muchos años sus libros fueron difíciles de encontrar. Cuando finalmente Seix Barral republicó su obra, no estuve en posición de comprarla.
Mis “afinidades” son difíciles de precisar. Me gustan textos específicos más que autores, gestos de escritura más que grandes movimientos, el brillo de la tinta que sale de la punta de una de mis plumas a muchas bibliotecas. En este sentido podría mencionar Austerlitz de W.G. Sebald, la escritura de fragmentos (Nietzsche, Cioran, Bataille, etc.) y una Mont Blanc que tiene conmigo más de veinte años.

Cuando leí donde tuve la sensación de recuperar el placer del texto, ese goce del que hablaba Barthes; algo que ya parece perdido y olvidado (al menos por la crítica académica en EE.UU. y también por muchos escritores). El placer de reconocer el trabajo de la escritura, su textura, lo encuentro en donde. Pero ese placer está atravesado por diversas formas de política, políticas de la escritura pero también política en su sentido más obvio. Me parece leer un proyecto de recuperación, de encuentro de ambas cosas, de considerarlas naturalmente unidas. ¿Coincides con esto? ¿Representa donde un momento clave de tu práctica de escritor?
donde fue la primera puesta en práctica “total” de un proyecto y una concepción de la escritura y el pensamiento. Es un ensayo y a la vez un ensayo fotográfico y ambos se complementan sin que uno esté subordinado al otro. Por otra parte, en donde se articula un enfrentamiento con Occidente. Varias personas han escrito con profundidad sobre este libro, pero me ha llamado la atención cómo no se detienen mucho en este asunto, cómo apenas se comenta el ensayo “La escritura rayada”. Allí se toca algo que produce vértigo: la posibilidad de un más allá de Occidente y acaso, por ende, sino un fin, al menos una inoperabilidad de la escritura, que no necesariamente signifique una mudez o un silencio, sino un estado X que sin ser escriturable puede formar parte de un libro.
Por otra parte, pienso que la Conquista no ha terminado, porque todo acto (y ni se diga uno de tal magnitud destructiva) tiene casi infinitas reverberaciones y éstas aún llegan a nosotros. Lo indígena, incluso lo indígena “extinto” o lo que pudiéramos llamar postetnocida, como es nuestro caso en el Caribe, es crucial porque es la grieta por la que surge un no-Occidente y, a la vez, la consecuencia totalitaria e ineludible de lo que significan ciertas fuerzas y estructuras sobre las que Occidente se ha construido. Hubo un largo camino para llegar a escribir este libro. Lo que he venido trabajando después y que espero publicar en el próximo año parte de las sombras de donde y pretende ser su desarrollo.
No hay duda que existe en esto una política de la escritura y una postura política ante las tradicionales propuestas políticas en un mundo en el que solamente parecería que la derecha continúa articulándose con eficiencia. Acaso lo político en donde sea una forma de sobrevivir a esta situación que se vive como un desierto. Un escritor debe enfrentarse a las formas diversas del totalitarismo pero quizá hoy sólo pueda hacerlo ante el totalitarismo del canon.

donde resulta un texto muy original en su uso de imágenes y citas; aunque insista en que se trata de una novela, es evidente que borra las diferencias genéricas y fusiona diversas formas. Esto puede verse ya desde tus primeros textos, una ausencia de interés por sujetarte a formas dadas o cánones más o menos convencionales. ¿Esta borradura forma parte de un proyecto inicial que has ido explorando a lo largo de los años?
Mis libros son difíciles de clasificar. Desde joven pretendí ser un novelista en su acepción tradicional, cuentera. Pero no pude o no quise. Creo que la escritura es un género en sí misma y su fragmentación en distintas formas convencionales es bastante arbitraria. Las novelas que publican hoy las grandes editoriales responden a una estructura preestablecida por el mercado del libro. Poco queda de estos éxitos o fracasos de temporada que muchas veces no son más que libros-televisión. Es decir, escrituras formateadas para el sano o, según los casos, insano entretenimiento.
Este es el contexto mayor en el que escribo y hasta cierto punto mi transgeneridad es una reacción al empobrecimiento de la novela. Paralelamente, pretendo mostrar también el potencial expresivo y conceptual de lo que se está perdiendo. ¿Por qué un poema no puede ser parte, sin transición alguna, de un ensayo como Los pies de San Juan? ¿Por qué donde no puede pensarse como una novela, es decir, como el recuento de la aventura de la sobrevivencia?

donde se cierra con un “pequeño manifiesto” que, en principio, no tiene relación directa con la literatura, a su vez el libro entero podría pensarse como un manifiesto, una toma de posición sobre qué es hacer literatura para ti... ¿Lo consideras así? ¿Sigues reconociéndote en ese “manifiesto”?
Ese “Pequeño manifiesto” es un buen resumen de mis intenciones pero además es una propuesta no solamente de lo transgenérico sino de lo transdisciplinario. La escritura es el hilo que ata esta trama. En esta medida se expresa un concepto del acto de pensar y de decir, del cual el libro entero sería una muestra. Y esto se formula desde un lugar (que en este caso es San Juan, pero que podría ser cualquier otro del planeta, aun sus centros de poder y cultura) cuya visión no atraviesa la mácula del canon occidental. “Lugar del donde en donde digo el lío del digo”. Es una autocita sin reconocer. El verso procede de una colección inédita, titulada Poemas de Juan Olvido, que determinó un vuelco en mi escritura.

La fotografía como forma de anclaje en un espacio específico resulta fundamental en donde y acentúa la importancia de cierta idea del espacio dominante en todos tus textos. Te cito: “¿en lugar de una literatura de lo dado, del espacio incuestionado, puede crearse una literatura del donde, del espacio espeso?” ¿Podrías extenderte en este concepto?
No todo lugar es el mismo. La sociedad espectacular ha empañado nuestros ojos y un Burger King parecería ser el mismo en San Juan o Buenos Aires, en Madrid o en Hong Kong. El “espacio espeso” es aquel que ha sido atravesado por la mirada. Ésta crea una “narración” (que puede también ser teórica) que impide que el lugar sea solamente lo que se nos ha impuesto. El espacio espeso es un arma contra la claustrofobia; es un decir, un añadir cuando se habían sentado las condiciones para el silencio. En este sentido constituye una forma de rebelión y una estrategia operativa del dolor. Éste se convierte, aunque sea brevemente, en el gozo del superviviente. Escribo quizá para consolar a otro, intentando duplicar el consuelo que hallé en los libros de aquellos que escribieron espesamente.
La fotografía opera de forma similar, crea su propia historia, su “viaje” sin recurrir a las palabras. Tendemos a no ver y mi función como fotógrafo es hacer que se vea.

Otra vez el espacio pero desde otra perspectiva. Juan Duchesne señala, refiriéndose a donde: “Es un ‘donde’ que no es ‘dondequiera’, pues se inscribe en el destino y la fatalidad del lugar”. Y en tu texto se lee “es imposible dejar a San Juan porque no es una ciudad sino una condición. No tiene salida porque no hay salida”. Esta tensión espacial, muy presente también en La inutilidad, ¿puede pensarse como el lugar de cruce entre literatura y política en tus textos? ¿Pensar la isla es para ti pensar una práctica literaria y una política? ¿Cómo entiendes lo político en nuestro presente y en el caso específico de Puerto Rico? ¿“No hay salida”? ¿La “inutilidad” está ligada a algunas formas de pensar lo politico?
He vivido casi toda mi vida en un país invisible. Si desde ciertas perspectivas, América Latina no cuenta para el mundo, Puerto Rico lo hace mucho menos. Es el país más pequeño del continente y el único de lengua española al que le queda por definir su destino, lo que en la práctica significa que es una nación subordinada a otra. Históricamente esto ha creado múltiples prácticas de autonegación y autoodio. Puerto Rico es mi país en el sentido metafísico de que es un lugar del que nunca me podré ir aunque lo intentara. Incluso, más que de Puerto Rico se trata de una ciudad, San Juan, que es la única mía en el mundo. Viví con intensidad en otras: Nueva York, París, Madrid, Valencia. Pude llegar a ser legalmente, en distintos momentos de mi vida, cubano, estadounidense, español o francés, pero opté por la pertenencia afectiva y concreta a una ciudad que no cuenta, que ni siquiera, a veces, sus propios habitantes se reconocen en ella. Soy sanjuanero, es decir, nadie. Pero nadie no es nada, sino otra identidad posible. La reciente historia muestra que gran parte del mundo se acerca a mi condición, que por ello resulta cada vez más pertinente. Mi propósito ha sido cuestionar las hegemonías de la visibilidad y demostrar que lo que no reluce puede también ser oro. Ésta ha sido y continúa siendo mi lucha con el silencio que el Gran Otro me reserva. Por eso donde no es dondequiera. Por eso San Juan, además de una ciudad, es una condición: una cadena llevada por siglos, el olor de la luz ciertas tardes y una liberación imposible.

Apología de lo mismo

Juan Carlos Quintero

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Nota del autor: arrebato
Interrumpido por ambas condiciones tomo aquí la palabra. El día 29 de noviembre de 2007, Eduardo Lalo intercambia mensajes con "la babel de mangle", la jefa del equipo de redacción del blog boca del cangrejo: manglaria. Lalo solicitaba, entonces, la colaboración que el lector está a punto de leer.
Recibo luego sendas notas de la babe y Motete de Indias (insisten ell@s que use esta palabra para referirse a sus personas) pidiéndome que no sólo firme este ensayo para este formato, sino que las represente en primera persona en cualquier conversación o foro. No les preocupa demostrar o refutar quién escribe pero igual no desean caer en la bobada de los seudónimos, nommes de plume, alter egos, etc. (Como si después de Pessoa fuera cómodo o fácil hacerlo.) Quisieran eso sí puntualizar con esta entrega, que mi voz es (me obligan a citar): "una emanación sin origen pero irremediablemente nuestra; voyeur magnífico de las secreciones propias de un apareamiento nefando y letal, de una disposición sinestética que te manchará para siempre. Es hora, mijo, que te apropies de lo que se te ha enseñado en tantas horas de escucha y lectura".
Con los debidos permisos ya obtenidos, mi conversación con estos seres en una bitácora electromagnética ha decidido pasar a la letra impresa en papel para intervenir en un asunto de cierta urgencia para la literatura en la isla de Puerto Rico. Queda en sus lenguas.
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El casi ensayo-entrevista “Frente a frente: los escritores y su obra”, publicado en la Revista de El Nuevo Día y firmado por Carmen Dolores Hernández, afirma la “poderosa” tradición de una crítica periodística puertorriqueña que ha dejado ya de serla para asumirse como brochure, cuña hagiográfica o entrada moral en el diccionario escolar de la clase de Español para la población semi-analfabeta de la familia de todos nosotros. Situación, dicho sea de paso, sintomática de los espacios periodísticos comerciales tradicionales, incluidos los que creen llevar a cabo una labor patriótica o popular inequívoca. Poderosa es esta glosa del sentido común cuando posee columnas, pues, a pesar de su carácter previsible y desabrido, sigue deteniendo el verdadero diálogo y desacuerdo que podría levantarse ante una serie de preguntas en torno a la condición de las escrituras literarias que proliferan hoy en Puerto Rico y por qué éstas merecen discutirse.
El gentilicio, en ese sentido, no me parece el problema insalvable para la doxa bobilt que vertebra el artículo. Lo que el gentilicio en ocasiones adjetiva, cuando sólo es principio y final de todo intercambio, no es más que una excusa para hablar de mí o de mi genealogía, canónica o soterrada, consagrada o alternativa. Hace rato que demasiados “interesados en la condición de nuestra literatura” le han dejado la cancha discursiva al colapso intelectual y ético de las institucionalidades concernidas con el “eso es lo que hay” y “estamos bregando con eso”. Lo “puertorriqueño” no tiene que operar como la tautología donde se curan en salud los que, sabiendo que van a ser entrevistados, demuestran con una obediencia conmovedora, con manzanita en mano, que han hecho la asignación mediática y de ningún modo molestarán a la entrevistadora o a sus invitados. ¿Por qué no aprovechar la plataforma de la visibilidad como trampolín para propuestas que desbloqueen ese ritual eterno de la mismidad heroica de las generaciones, los exitosos o los mejores dealers literarios del momento?
El escamoteo de la literatura también se lleva a cabo cuando se le sigue pidiendo a la experiencia literaria (lectura y escritura) que haga o diga lo que el Estado, el mercado, las aulas, las ideologías o las clases sociales aparentan querer decir, dicen o no acaban nunca de especificar. En ese mal circo, las identidades y los autores son otra moneda de cambio predecible. La singularidad puertorriqueña está cogida allí, en esa trampa “dialogante”, donde la gente parece que va a compartir opiniones novedosas o diferentes y termina distribuyéndose los lugares comunes, la corrección de la nostalgia y la bondad magisterial de los reunidos.
El supuesto abandono del tema identitario o de la obsesión histórica con el telos nacional no ha generado en las performances públicas de algunos autores la voluntad de diálogo o complejidad que quizás sus textos lleven a cabo. Lo interesante, más bien alarmante, es la dificultad para cuestionar o rebasar el cerco de preguntas, los presupuestos de corrección y tontería con los que la prensa interpela y acorrala a los autores. "Ay bendito, no jodas, no ves que nos dieron un break en los medios"
La bobera escolarizante convive con la desfachatez idiota. Me refiero a esos periodistas culturales que momentos antes de "salir al aire" confiesan no haber leído el texto, editores que tampoco leen lo que aparentan editar, reseñadores ocasionales emocionados y llorosos ante las letras que le dedica el espejo de su mejor amigo, propagandistas literarios preocupados por la condición moral de la convivencia en Río Piedras. Ninguno “dominaría” la discusión periodística de lo literario si alguien o algunos desenchufaran ese template consensual, si algo o algunos afectaran irremediablemente las condiciones del intercambio y desalojaran ese salón de las genuflexiones. Un autoritarismo suave, aterciopelado y familiar, sin embargo, gusta de ser feroz en sus ninguneos y silencios.
Por otro lado, proclamar que, en la literatura de este autor o aquella autora, lo identitario no es importante lleva algunos añitos haciendo corillo sin lograr crearle una mella al hegemón público de la mediocridad. Me parece que en algunos “novísimos” el protocolo identitario prosigue pero con otro horizonte o sujetos que no son la bandera, la tierra o ciertos usos folklóricos de la lengua. Conocen muy bien cuáles son las leyes del juego mercantil y hasta dónde podrán decir algo sin que les apaguen el micrófono o la cámara. El problema ético y político no es que promocionen sus textos, tampoco que insistan con su Ceiba en el tiesto, mucho menos que deseen vender sus mercancías, sino que le presten sumisos el cuerpo de sus textos a una cultureta anti-intelectual, aguacatona y mofolonga que, con los presupuestos de sus preguntas, conciente o inconcientemente, abarata el trabajo que desea discutir. Más que pensar en el cinismo banal de los personajes que escriben la obra de su propia fama, creo que se podría atacar sin cortapisas esta concepción terapéutica y domesticada de la discusión cultural en la isla. Pensar y preguntar por el lugar del pensamiento, pensar y preguntar por la aparición de las estéticas en la isla es una pregunta política urgente en la que están implicados demasiados cuerpos, demasiadas lenguas.

Ficciones y tachaduras de la literatura puertorriqueña

Francisco Font Acevedo

Soy conciente de que al incluir el gentilicio en el título condeno este texto, si no al olvido, a la marginación. A muy pocos lectores puertorriqueños les interesa su literatura y, fuera de esta ínsula con delirios de grandeza, eso que llamamos literatura puertorriqueña es una ficción insolvente e invisible. Asumo, pues, el desprecio del externo, descarto su lectura. Asumo también el raquítico público puertorriqueño que leerá con algún interés estas líneas. Ahora sí, entre nos, sin la ansiedad por la no-mirada del resto del planeta, se impone comentar con algún rigor el artículo “Frente a frente: los escritores y su obra” de Carmen Dolores Hernández (CDH), publicado en La Revista de El Nuevo Día, en su edición electrónica del 4 de noviembre de 2007. En particular, intentaré deslindar un puñado de ficciones (en su sentido de cosa fingida, de impostura) que tachan con encono el deseo de leer en puertorriqueño.
En “Frente a frente: los escritores y su obra” CDH re-crea el intercambio de ideas entre seis escritores puertorriqueños que fueron reunidos en la Universidad del Turabo a principios de septiembre. Al decir de la autora, reunieron “frente a frente” a Edgardo Rodríguez Juliá, Magali García Ramis, Juan Antonio Ramos, Luis López Nieves, Rafael Franco y Juan Carlos Quiñones. La repetición del sintagma “frente a frente” del título en la primera oración del texto me hizo pensar en un fructífero intercambio de ideas, en un debate serio sobre asuntos que atañen a la literatura puertorriqueña. No puedo afirmar categóricamente que haya o no haya ocurrido, pues no asistí a la actividad en la Universidad del Turabo, pero si juzgo por lo que se lee en el artículo no me perdí mucho. El artículo en sí es poco más que una colección de banalidades que bien podría publicarse en una revista de farándula. Preguntas como ¿cuándo, dónde y cómo empezaron a escribir? que abre el texto y la pregunta que lo cierra –¿cómo llevan a cabo el oficio?– son penosos lugares comunes del periodismo “cultural” más chato, formas de incitar la idiotez exhibicionista de los escritores. Importa poco si las preguntas las hizo CDH; aun si su tarea se limitó a compilar lo dicho en la actividad, la estructura frívola del texto tiene su firma.
De todas formas, no es esta ficción T.V. Guía la peor. Es sólo la envoltura de ficciones aún más tachables. Veamos algunas.
El discipulado literario
Al recordar sus comienzos como escritor, Edgardo Rodríguez Juliá, el otrora cronista de la crisis del muñocismo, establece que en su tiempo se buscaba, “si no la aprobación, por lo menos la lectura de escritores como René Marqués, José Luis González, José Luis Vivas Maldonado, Luis Rafael Sánchez”. Más que la descripción de una tradición perdida, la del discipulado literario, entreveo en sus declaraciones la nostalgia y acaso un reprimido resentimiento por el hecho de que los escritores más jóvenes no lo reconozcan como maestro ni pidan su consejo literario. No está de más aclarar que el discipulado literario –para lo poco que éste en realidad pueda servir– no ha dejado de existir; simplemente ha tomado otras formas y son otros los “maestros” aclamados. Por otro lado, cuando el discipulado literario se confunde con la pedagogía, hay que leer con humor la afirmación de Luis López Nieves en cuanto a que sus estudiantes de creación literaria son “nietos” de René Marqués, puesto que él se considera hijo del autor de La Carreta. Además del gesto de Papa literario que bautiza la cepa de escritores del futuro, el chiste de López Nieves presupone una genealogía literaria unívoca, como si para hacerse escritor en Puerto Rico hubiera que afiliarse a una tradición literaria bastante insufrible. Insisto que debe tratarse de una broma del autor de Seva: René Marqués, el que Manuel Ramos Otero en El libro de la muerte denostara por la cobardía de no asumir su homosexualidad, es el abuelito de todos nosotros. Es como para desternillarnos de la risa.
La tara histórica
¿Hasta cuándo tendremos que escuchar sobre la pasión histórica de los narradores del setenta? ¿Cuál es la pertinencia de sus resultados literarios? ¿Qué nos dicen hoy los delicados juegos de ingenio para impostar una épica que nunca hubo, para rellenar el fracaso, o las mitificaciones de un remoto siglo dieciocho? Si una historia urge apalabrar es la actual, la del fracaso profundo, la de la crisis abismal. Lo demás, además de leerse como reconstrucciones de anticuario o, en el mejor de los casos, como historia entretenida, no vibra de actualidad y, por ende, va perdiendo su pertinencia.
El mini-Boom o la grandilocuencia
Llamarle mini-Boom a la literatura puertorriqueña de los setenta, como hace CDH, porque “su impacto fue más restringido” que el Boom latinoamericano, raya penosamente en el delirio. Aparte de la obvia diferencia en calidad, la narrativa de los setenta no admite siquiera el mendicante mini ya que su impacto fuera de la ínsula es nula y su difusión casi inexistente. Además, vender miles de copias allá afuera no es consolidar una literatura de valor. Para vender libros existe el mercadeo y la publicidad en la industria editorial. Una literatura de impacto y valor tendría que generar textos, esto es, obras que sirvan de referencia en nuestra geografía y allende los mares, libros cuya impronta en la memoria cultural sea duradera, más allá del paso efímero por los escaparates de las librerías. Y si bien esto se procura cumplir aquí en forma de lectura escolar obligada –esa consabida técnica para asesinar la literatura–, no es así fuera de la ínsula. Pocos lo han dicho de forma más descarnada que Eduardo Lalo en donde: “Taras del colonialismo: una literatura llena de libros que no han llegado a ser, en ninguna parte, textos”. Antes de quejarnos sobre la incompetencia editorial en Puerto Rico y hablar de la cuestionable “suerte” que ha significado el establecimiento en la ínsula de editoriales como Santillana y Norma, hay que reflexionar con más seriedad sobre la ansiedad adolescente de algunos escritores por ganar un premio literario de renombre y vender un puñado de libros fuera de aquí. Como si ello bastara para validar una obra literaria.
La infantilización de la literatura
Pero la grandilocuencia tarde o temprano revela su impostura. En “Frente a frente: los escritores y su obra” las quejas de la mayoría de los escritores por la dificultad para lograr una difusión internacional, cancelan la afirmación de CDH en cuanto a que nuestras letras “están comenzando a resonar fuera de la Isla”. Las quejas son los refritos de siempre: apenas se exporta la literatura de aquí porque somos una colonia, porque somos gente marginada, por la incompetencia editorial, etcétera. Sólo Juan Antonio Ramos ofrece una solución para superar el impasse y ganar el favor de mercados internacionales: escribir literatura infantil y juvenil. Vale la pena citarlo: “En este sentido veo que cada vez es más necesario que los escritores pensemos también en este tipo de literatura por la manera en que está avanzando y copando mercados”. Escribir literatura juvenil o infantil, por lo tanto, no tiene que responder a una inclinación artística, sino a una estrategia para vender más en más mercados. Esta ficción es sin duda la más tachable de todas, pues equivale a infantilizar la literatura en menoscabo de una obra “adulta” que se presume menos rentable. De la frivolidad adolescente pasamos a la jaibería pueril de reorientar una obra a base de efímeros criterios de mercado.
Más ficciones tachables se encuentran en “Frente a frente: los escritores y su obra”, pero algunas son de tal frivolidad que no merecen siquiera mencionarse. A manera de conclusión a este comentario, quisiera citar a Juan Carlos Quiñones, cuyas intervenciones tuvieron la virtud de no caer en la tautología ni en la cómoda cultura de la queja. Al explicar el desdén hacia la historia y la nación como motivos literarios entre los escritores más jóvenes, dice: “Una forma benévola de ver ese problema sería decir que hay una especie de división del trabajo: ya eso se hizo, lo hizo la generación del 70, ya no hay que hacerlo. Es una posición cómoda. Otra forma de verlo es desde una saludable pugna generacional que implica un distanciamiento: esta gente escribe así, pero yo no quiero escribir así. Es muy productivo a nivel literario; la literatura surge por polémicas así”. De la cita me interesa rescatar el valor que Quiñones atribuye a la polémica en la literatura, en contraposición a los posicionamientos blandengues y benévolos. Si aplicamos estas categorías al artículo de CDH, habría que concluir que estamos ante una literatura que en su conjunto le falta garra, una literatura quejosa, dispuesta a transar benévolamente por las migajas de un mercado internacional cada vez más frívolo y culturalmente equívoco. Una literatura, salvo pocas excepciones, fácilmente tachable.

(Introduccion) Literatura puertorriqueña actual

Plural presenta en estas páginas un pequeño dossier sobre el estado de situación de la literatura puertorriqueña. Incluimos dos reacciones polémicas a un artículo publicado en El Nuevo Día que ofrece uno de los pocos foros en nuestro país donde la literatura se considera públicamente. Los artículos de Francisco Font y Juan Carlos Quintero Herencia cuestionan la banalización creciente del periodismo literario y señalan la poca inclinación del medio cultural del país para entablar polémicas públicas que trasciendan los personalismos y la defensa de un territorio que parecería considerarse en ocasiones como un feudo personal. Plural ha querido ofrecer sus páginas para lo que a veces se dice por los pasillos, se ponga responsablemente por escrito. La discusión en este plano es enriquecedora y, además, patentiza la vitalidad de un movimiento cultural.
Incluimos asimismo una entrevista con Eduardo Lalo que próximamente se publicará en Argentina y una reseña de la más reciente historia literaria publicada en nuestro país. Este texto de Mario Cancel tiene la virtud de abordar la producción literaria más inmediata y su consideración crítica contribuye indudablemente a este debate.

Deslocalizaciones

Adoptar un modelo de desarrollo econó-mico requiere decisiones políticas que afectan el conjunto de la vida social y cultural de un país. El fin de atraer capitales mediante movimientos deslocalizadores (desplazamientos de procesos productivos y de servicio) implica lanzarse a una feroz competencia internacional a través de ventajas comparativas respecto a la protección social y del medioambiente.
Como la deslocalización consiste en detener toda o parte de una actividad productiva para transferirla a otro país, una práctica que alcanza a todos los sectores industriales y a los servicios, sus principales vectores son las empresas multinacionales. Al pasar de un país a otro, éstas buscan mejorar su rentabilidad financiera, haciendo que los países entren en competencia para aprovechar las diferencias en términos de salarios, cargas sociales, niveles de productividad laboral, legislación social, protección del medio ambiente, ventajas impositivas, entre otros.
La experiencia nos dice que aun siendo eficaz atrayendo la inversión de estas empresas mediante la deslocalización, la competencia por un capital de inversión en perpetuo movimiento (hipermóvil) no asegura una dinámica económica y social sustentable. Puede, en cambio, frustrar cualquier perspectiva de un verdadero desarrollo económico y social, una cuestión fundamental para la humanidad si se tiene en cuenta la amplitud de las necesidades que siguen insatisfechas en el mundo.

El alto precio de los precios bajos


En los años sesenta, General Motors era el patrono más grande de Estados Unidos y pagaba a sus empleados un promedio de $60,000 anuales (valor actual). En esos tiempos se presumía la aspiración de los trabajadores a ser clase media. Hoy, la empresa más grande en términos de ingreso, Wal-Mart, le paga a sus empleados $17,500 al año sin garantías de pensión, con menos beneficios marginales, una política laboral que privilegia el trabajo temporal, topes salariales para trabajadores con antigüedad y una agresiva política antisindical.
Ese estado de situación no es arbitrario por parte de la gerencia de Wal-Mart; es mas bien el resultado de las presiones del mercado. Cualquier medida que tome la empresa cuyo resultado sea aumentar los costos de producción afectaría adversamente su competitividad, lo cual sería nocivo para los consumidores e inversores de la nueva economía.

Robert Reich, Supercapitalism, pág. 90

Una reflexión sobre la Inversión Externa Directa (IED)

Roberto Gándara Sánchez


Importación de capital
Una reflexión sobre la Inversión Externa Directa (IED)
Roberto Gándara Sánchez
Un político prominente del patio (entendiendo por prominente el hecho de que recibe mucha atención mediática) hablaba sobre la globalización, en el contexto de la discusión de la Ley de Incentivos Industriales. Decía, haciendo eco a algunos empresarios, promotores y economistas, que la economía globalizaba presentaba oportunidades enormes para Puerto Rico y que nuestra “salida” consistía en una política pública que nos permitiera insertarnos en ella. Este falso argumento daba la impresión de que la llamada globalización es como un barco que pasa por nuestras costas repleto de capital de inversión y golosinas por lo que tan solo es necesario estirar la mano para tomar los dulces.
Pero la economía globalizada no es un ente benefactor, sino un fenómeno histórico complejo que ha transformado, en todo el mundo, estructuras y prácticas económicas, políticas, ideológicas, científicas, jurídicas y sobre todo, culturales (entendiendo cultura en su sentido antropológico y no artístico). Su ámbito de influencia, como indica el término, cubre todos los rincones del planeta, queramos o no estar insertados en ella. No es posible, por tanto, aislarnos de los efectos de la expansión arrolladora del capital supranacional y sus aspiraciones de reorganizarse bajo una nueva lógica planetaria y extraterritorial. Más que un generoso barco repleto de premios para todos, la globalización es como una onda perturbadora que nos impacta con sus oportunidades y peligros, y nos fuerza a sacar la cabeza de la arena insularista.
Una reflexión fundamental sobre la economía tiene que ver con la importación de capital para el desarrollo, la llamada Inversión Externa Directa (IED). En Puerto Rico, desde la Segunda Guerra Mundial, se percibe la inversión de capital externo como el instrumento principal para el desarrollo económico; es decir, para el progreso. Resulta irónico que entre los críticos actuales del viejo modelo de desarrollo persiste la noción de que la prosperidad depende principalmente de la capacidad de atraer capital externo. Por ejemplo, el reciente interés por conocer la experiencia de Irlanda se basa en la percepción de que esa república, cuya escala, experiencia colonial y condición isleña se asemeja a la de Puerto Rico, ha logrado insólitos niveles de riqueza por su habilidad para atraer inversión de capital externo. Es importante destacar que en nuestro caso, este capital incluye la inversión de empresas estadounidenses, estén o no globalizadas.
No obstante, es de notar que las prácticas actuales que organizan el flujo de inversión directa y global, es un asunto polémico en todo el mundo. Los análisis realizados por instituciones como las Naciones Unidas, concluyen que los beneficios del IED no son automáticos y que en ocasiones han sido nocivos para el desarrollo. Un dato conocido, por ejemplo, es que la movilidad del capital de inversión, es decir, la facilidad con que las empresas multinacionales se mudan de territorio, ha aumentado enormemente con el desarrollo de la economía global. Se sabe, además, que las decisiones de abandonar un territorio tienen que ver más con coyunturas extraterritoriales que con políticas nacionales de incentivos para la inversión. Es decir, la disponibilidad y permanencia de la inversión externa no se puede presuponer, por lo que es falaz pensar que legislar condiciones favorables al IED garantiza éxito y continuidad. Por lo tanto, el supuesto irreflexivo de que toda inversión externa es buena, debe ser visto desde una óptica crítica que considere las experiencias del mercado globalizado.
Lo que sí es evidente es que toda política de incentivos a la IED favorece principalmente a las empresas multinacionales ya establecidas, por lo que éstas suelen involucrarse en un intenso cabildeo para proteger y ampliar esos privilegios ante las demandas normativas del Estado. Las empresas multinacionales pueden tener un impacto positivo en una economía como efecto directo de sus operaciones: por ejemplo, en la creación de empleos. No obstante, toda inversión está dotada de una inestabilidad estructural que no le permite garantizar su permanencia. Mientras más aumentan las oportunidades de movilidad extraterritorial, más efímero es la IED. El sociólogo estadounidense, Richard Sennett, escribe en La cultura del nuevo capitalismo (2006) que con el debilitamiento de las restricciones nacionales a la inversión durante las últimas décadas del siglo XX, “las grandes empresas se rediseñaron para satisfacer a una nueva clientela internacional de inversores que aspiraban más a la ganancia en bolsa a corto plazo que al beneficio de dividendos a largo plazo”.
Robert Reich, economista de la Universidad de Berkeley, escribe en su nuevo libro Supercapitalism (2007), que la tendencia actual de la economía mundial favorece a los consumidores e inversores a expensas del bienestar social. Al primero mediante un aumento cuantitativo y cualitativo de productos de consumo, acompañado de mejores precios, y al segundo como resultado de rendimientos más altos a corto plazo. Ambos sectores, sin embargo, ejercen una constante presión para reducir costos de producción, sobre todo en el ámbito laboral. El resultado ha sido bueno para los consumidores y los inversores, dice Reich, pero negativo para el tejido social y la vida democrática. La responsabilidad social de la inversión se ha reducido de forma dramática, en un universo de competencia voraz donde el imperativo de profits a corto plazo domina la mentalidad empresarial en el mundo. El problema no es moral, en cuanto a que no se trata de si las personas actúan bien o mal, sino el resultado de la aplicación de la lógica interna del llamado súper-capitalismo de nuestros tiempos.
En otras palabras, el argumento de que lo que es bueno para el capital es automáticamente bueno para el desarrollo social del país en que se invierte (un argumento que se ha usado aquí recientemente en la controversia sobre Plaza Caribe) es a todas luces cuestionable, particularmente ante la experiencia reciente de la economía globalizada. Hay circunstancias locales que impactan sobre el cierre de fábricas y otros núcleos operacionales de empresas multinacionales, pero en realidad las fugas responden a fuerzas globales difíciles de controlar. En cuanto a la consideración de políticas de desarrollo económico, debemos tener presente que las empresas globales ya no se entretejen únicamente con el Estado, sino que tienen inversores en todo el mundo y una estructura de propiedad financiera demasiado complicada como para servir exclusivamente a los intereses de los territorios donde operan. Debemos, al momento de diseñar políticas públicas reglamentarias, reconocer la inestabilidad natural de la IED y destacar la diferencia estructural entre la inversión externa y la de capital nacional. Mientras la IED agudiza cada vez más su desvinculación de los países en términos de lealtad y responsabilidad social, el capital nacional tiende a establecer vínculos más sólidos con la comunidad y por lo tanto su permanencia es más propensa.

El proyecto AMI
En 1996, la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD por sus siglas en inglés) organizó un Foro Mundial para considerar un acuerdo internacional sobre la Inversión Externa Directa (IED). Apoyados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), las instituciones Bretton Woods (ver pág. 17) y representantes del mercado global, se elaboró un proyecto para proteger la IED, limitando la potestad de los Estados para reglamentarla.
El proyecto de un Acuerdo Multilateral de Inversión (AMI) fue objeto de oposición inmediata por parte de la mayoría de los países que asistieron al Foro. Las negociaciones, promovidas por la OCDE, continuaron por varios años pero a la fecha el proyecto del AMI ha sido abandonado.
También vale considerar las consecuencias culturales y políticas de esa “nueva” economía que Zygmunt Bauman llama, la economía política de la incertidumbre. Pero eso es tema de otra reflexión. Por ahora baste recordar, como arguye Sennett, que la nueva economía globalizada no es todavía más que una pequeña parte de la economía global, pero ejerce una profunda influencia normativa como “mentalidad dominante”; es decir, como modelo de avanzada para la evolución del conjunto de la economía. Esta nueva economía, y sus modelos de inversión, deben tratarse “como una propuesta de cambio que, lo mismo que cualquier otra propuesta, debe someterse a una crítica rigurosa”. (Sennett, pág. 16)

Cinco amenazas a la prosperidad global

Supachai Panitchpakdi

En términos generales, el estado actual de la economía global parece ser bueno. Los flujos de capital y el comercio multinacional se están moviendo de forma continua y regular, con un crecimiento de las exportaciones sobre el 5.5% anual y una proyección de crecimiento del PBI (Producto Bruto Interno) mundial de 3.8%. La globalización ha creado nuevas oportunidades de acceso al comercio mundial y a los sistemas financieros, por lo que emergen nuevos mercados y la Inversión Externa Directa se extiende hasta los lugares más recónditos del planeta.Los países en desarrollo son parte de estas buenas noticias: su crecimiento supera el 6% por tercer año consecutivo. La recuperación económica ha continuado en América Latina y en las regiones más pobres del planeta, como el África subsahariana, se proyecta este año una expansión de cerca del 5%. Asia, como sabemos, ha disfrutado de un éxito fenomenal.Pero no todos los países se han beneficiado por igual. La tendencia ha creado algunas oportunidades innegables, pero, ¿cuáles son las amenazas?

1 La primera es el actual punto muerto en que se halla la Ronda Doha de negociaciones comerciales mundiales.
Las expectativas de que la Ronda contribuyera a la reducción de la pobreza eran altas, pero, desafortunadamente, esto no parece haber sido el caso hasta ahora. La suspensión de las conversaciones daña sobre todo a los más pobres del mundo. Si el actual atolladero persiste, enviaría una señal negativa sobre el futuro de la economía mundial y podría incluso estimular el resurgimiento del proteccionismo. Las iniciativas comerciales bilaterales y regionales ya están proliferando.
2 La segunda preocupación es la persistencia de la pobreza. La globalización ha tenido un impacto mixto. Algunas naciones han resultado ulteriormente marginadas a causa de la globalización y en algunos casos se produjo un empeoramiento de la pobreza. Pero, aunque algunos países presentan muchas dificultades, la situación general ha mejorado. Unos 130 millones de personas han salido de la pobreza extrema en todo el mundo entre 1990 y 2002. El progreso más rápido se ha registrado en China y en Asia Oriental, donde la pobreza extrema ha bajado de 56% a 17% en sólo dos décadas y el producto per cápita se ha más que triplicado. Pero estas buenas noticias deben ser tomadas en perspectiva, ya que unos 700 millones de asiáticos todavía subsisten con menos de un dólar diario.
3 La tercera preocupación es la migración, que a veces es percibida como una amenaza para el empleo en las sociedades receptoras. Estos temores son reales, pero las migraciones son también una oportunidad. Los servicios constituyen el 40% de las oportunidades de empleo en los países en desarrollo y más de 70% en el mundo industrializado. La expansión del comercio de servicios, que a menudo es cubierto por inmigrantes, posee por tanto un gran potencial para el incremento del bienestar global.
4 El cuarto desafío es la seguridad energética. Con la demanda creciente de petróleo y otras materias primas, los precios están aumentando a niveles sin precedentes. Para los países que exportan petróleo y otras materias primas estas son buenas noticias. Por ejemplo, los ingresos africanos por la venta de petróleo aumentaron en 15,000 millones de dólares entre 2003 y 2004. Pero para los países importadores de petróleo, muchos de los cuales están pesadamente endeudados, las noticias no son tan buenas. Sus cada vez más altos costos están devorando los recursos para alimentar a sus poblaciones y para desarrollar las muy necesarias infraestructuras. Además, las fuentes energéticas están en peligro de agotarse a largo plazo, sin mencionar consecuencias para la salud ambiental del planeta a causa de la explotación de yacimientos, las refinerías, el transporte y el consumo.
5 La preocupación final es la estructura de la actual economía mundial y las persistentes desigualdades. Asia del Este y del Sur, así como algunos países latinoamericanos, están disfrutando de un superávit récord en sus cuentas corrientes. Mediante la estabilización de sus tipos de cambio a bajos niveles, han acumulado amplios montos de reservas en dólares. Pero el dólar parece ahora vulnerable. Cada vez más los países en desarrollo, especialmente en Asia, han dejado de depender de ahorros externos y, en su lugar, tienden a generar excedentes comerciales para convertirlos en el motor de sus inversiones y crecimiento.

Corregir estos desequilibrios requiere que tanto los países con excedentes como aquellos con déficit cumplan con su papel. No sería bueno para los primeros seguir una política deflacionista sin tomar en cuenta a los últimos. Europa y los países asiáticos en desarrollo, con su gran potencial para el incremento de la demanda, pueden expandir la economía mundial y suministrarle un muy necesario estímulo.Pero tal estímulo no podría ser posible en las presentes circunstancias. Mientras el sistema comercial multilateral contribuye a la estabilidad del comercio internacional, lo mismo no es válido con respecto a los actuales arreglos monetarios y financieros internacionales. Éstos no están organizados en torno a un sistema multilateral debidamente reglamentado y es precisamente esa carencia la responsable de gran parte del desorden y los desequilibrios actuales. Todo ello sugiere la necesidad de un sistema más estructurado y coordinado de un gobierno económico global, que podría ayudar a evitar desequilibrios y distorciones potencialmente desastrosos.

Globalización y Mundialización

Carlos Fortín

Mundialización es el resultante del progreso científico y tecnológico, especialmente de la información y la comunicación. El ejemplo más espectacular es Internet. El progreso en materia de información y comunicación permite un intercambio sin precedentes de ideas, valores y cultura, al igual que facilita el movimiento de bienes y servicios e incluso la fragmentación y descentralización de los procesos productivos y la internacionalización de la producción. Este fenómeno es, en verdad, inevitable, irreversible y, además, altamente deseable. Contiene la promesa de un mundo más integrado, más comprensivo y por consiguiente tolerante de las diferencias; más rico en creatividad por la fertilización recíproca de ideas, de experiencias y de tradiciones culturales y sociales; y económicamente más eficiente por la posibilidad de especialización internacional.
Globalización es en cambio un conjunto de políticas nacionales e internacionales que son tanto una respuesta al proceso anterior como un esfuerzo por facilitarlo y orientarlo en ciertas direcciones, y que va acompañado de una ideología que intenta explicar y justificar esas políticas. En este segundo sentido, la globalización, es un proceso político en los planos nacional e internacional, que implica escoger opciones de políticas y de acción. Por consiguiente, la globalización no es ni inevitable ni irreversible, y en la forma en que se está dando en la realidad, tiene muchos elementos claramente indeseables.