martes, 27 de mayo de 2008

Lectura sugerida


 

Juan Luis Cebrián

El Fundamentalismo democrático

Madrid: Taurus, 2003

 

 

Plural recomienda la lectura de este libro a aquellos que quieran conocer la política española actual, y su pertinencia para los asuntos que ocupan la agenda política mundial. La profunda realidad política española, como en otros países, no es fácil de reconocer porque se esconde tras la pantalla mediática banal del discurso de los partidos políticos y las contiendas electorales.

Cebrían es un periodista-intelectual, fundador de El País, el periódico más prestigioso de España, y fue su director por muchos años. Aunque el foco de su libro es la configuración ideológica de la derecha española durante la transición de la dictadura a la democracia parlamentaria (que aún persiste con sus renuncias y desilusiones), sus observaciones son pertinentes para entender las tendencias totalizadoras, absolutistas y demagógicas de gran parte de los poderes que operan hoy en el mundo. Su ensayo lamenta la emergencia, entre los sectores conservadores de derecha, de una mentalidad fundamentalista, y pone sobre aviso la mixtificación de la democracia, de su conversión en cuerpo ideológico cerrado, y de su malversación

El fundamentalismo democrático describe “actitudes, comportamientos y gestos que, invocando las libertades, amagan con sofocarlas... fundamentalista es, en realidad, todo aquel que entiende que existe una única manera de ser, y una única manera de pensar... Un fundamentalista es, en definitiva, un integrista, alguien tan convencido de que tiene razón que está dispuesto a imponerla sobre los demás, para el bien de ellos, y que no ha de reparar en métodos a la hora de hacerlo... piensan que su sistema es exportable porque ignoran que no es un bien en sí mismo. Al hacer de la democracia una ideología, pretenden investirse de su condición de apóstoles de la misma, y son capaces de emprender la más sangrienta de las cruzadas en nombre de la libertad... La democracia política no garantiza en absoluto un buen gobierno, ni es ésta su misión, sino la de asegurar que el poder, cualesquiera que sean sus cualidades o defectos, emana directamente de la voluntad de los ciudadanos”.

“Una de las características más notables del fundamentalismo democrático y quienes lo practican es, sin embargo, su afición a extender carnés de democracia a troche y moche, a establecer por sí mismos la nómina de los militantes por la libertad... El propio José María Aznar, en el transcurso de apenas quince años, pasó de ser detractor de la Constitución española a convertirse en supuesto paladín de su defensa. Lo que me interesa resaltar no es tanto lo sospechoso de esas actitudes, como la frecuencia con que los fundamentalistas democráticos tienden a convertirse en verdaderos oráculos del sistema de convivencia que los ha llevado al poder... Cuando los dirigentes y los líderes de opinión abandonan el relativismo de sus convicciones para adentrarse en definiciones cada vez más rotundas de los valores sociales que dicen defender, la democracia, convertida en ideología, comienza a perder sus características de sistema dialéctico y cuestionable, para arrimar vicios de una nueva y sutil esclavitud”. Bajo Aznar, la arrogancia de la derecha llevó “a la adopción de medidas autoritarias y arbitrarias en muchos órdenes; el o conmigo o contra mí resulta el eslogan preferido de José María Aznar, que parece haber trazado una raya en el suelo invitando a los españoles a alinearse en uno u otro bando; la difícil virtud de la tolerancia decrece cada día y los valores del diálogo son puestos de continuo en entredicho”.

“El comportamiento mesiánico de los fundamentalistas democráticos hace que frecuentemente se deslicen hacia el populismo y la demagogia, descaros que muchos tienen que ver con el autoritarismo. El populismo agita las emociones de los pueblos, en detrimento de las posturas racionales de los individuos. En los tiempos modernos, cuenta además con la poderosísima alianza de los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, que han logrado convertir en espectáculo casi todo lo que se mueve sobre la tierra”.

El panorama electoral actual parece validar el diagnóstico de Cebrián. El discurso del Partido Popular bajo el liderato formal de Mariano Rajoy y la sombra ineludible de Aznar y su antiguo Ministro del Interior, Ángel Acebes, se empeña en restaurar el triunfo, recurrente y pertinaz, de la intolerancia; la intolerancia que proviene del poder y se alimenta de la convicción de quienes creen estar en posesión de la única verdad. Cebrián piensa que “desde la aprobación de la Constitución de 1978, los españoles nos hemos esforzado por cambiar nuestra historia. Hemos sido tenaces en el intento de demostrar que la España de siempre, la de la Inquisición en cualquiera de sus formas, quedaba superada por la España del consenso, reconciliadas por fin, gracias a la democracia, las dos mitades de un país que se debatía a lo largo de los siglos entre la tradición y el modernismo. ¿Éramos presa de una Ilusión? Los rasgos de acritud... así lo hacen temer. Corren malos tiempos para la lírica, y peores aún para el debate, la reflexión y el entusiasmo colectivo”.

 

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