martes, 27 de mayo de 2008

Comentarios al estado actual de la literatura puertorriqueña


Federico Irizarry Natal

 

En el dossier dedicado a la literatura puertorriqueña actual que el pasado número de Plural publicó en "Zonas Simbólicas" coincidieron tres voces en función de generar un registro –serio y vigoroso– en torno a ciertas instancias claves que atañen el panorama escritural más reciente en la Isla. Este fue una compilación de cuatro textos que, en su conjunto, dan cuenta, desde distintas perspectivas y con un valioso esmero crítico, de algunas debilidades y de algunas fortalezas sobre las que sobrevive el espectro de las letras puertorriqueñas. Paso revista sobre algunos aspectos fundamentales de los mismos.

I

Los textos de Francisco Font Acevedo y Juan Carlos Quintero Herencia, a raíz del artículo Frente a frente: el escritor y su obra –que fue publicado en La Revista de El Nuevo Día el primer domingo de noviembre–, constituyen una reacción de resistencia y desenmascaramiento saludables (y cada vez más urgentes) contra el malestar que produce la palabra fácil, (auto)complaciente y oportunista del escritor que asume su discurso desde la comodidad que le provee el espacio frecuentemente insustancial de los medios de comunicación.

Tras su brillo inmediato, esta es una palabra que termina por delatar la permanencia de varios clichés; los cuales, tras haber enfrentado durante largo tiempo la severidad de notables embestidas críticas, tienen, no obstante, la corrosiva virtud de la regeneración para acontecer (sobre todo en el espacio mediático) refulgentes e intactos. Uno de ellos corresponde a ese lugar común desde el cual se erige el discurso de un atavismo insularista que insiste en la ponderación de la “Gran Familia (Literaria) Puertorriqueña” como medida puntual para autorizar el acontecimiento escritural dentro del cerco que determina esa parcela –endógenamente vigilada– de nuestro mundillo literario. Si bien cada escritor tiene absoluta libertad de establecer sus filiaciones a gusto y gana, no deja, sin embargo, de parecer una instancia de mala leche esa tensión (de matiz hegemonizador y también homogenizador) con la que contribuyen algunos de los escritores del artículo de La Revista a disminuir la producción escritural boricua –sobre todo la más reciente– a una continuidad de aparente progreso generacional, que a estas alturas es sumamente sospechosa y cuestionable. En dicha tensión subyace, en todo caso, la ansiedad de ese mejunje infumable que, a falta de otros pactos, ha terminado por materializarse en la palabra canon.

Ello no es más que una estrategia de poder que, en el peor de los casos, castra en función de una literatura y una tradición asépticas, como controladas, en beneficio y complacencia de los iniciados. ¿Qué pasa, entonces, con estas estructuras cuando los textos más recientes de la literatura puertorriqueña (al menos algunos) organizan sus propuestas escriturales desde la vereda de enfrente? Nostalgia y resentimiento en algunos; una mala broma que raya en lo patético en otros. Desfase, pues; y no necesariamente continuidad. Sin dragoneos ni melindres, del artículo de Font se desprende dicha respuesta más allá de toda ironía. El reto no está sólo ante los escritores más recientes; también está ante los de viejo cuño.

Tras su brillo inmediato, ésta es también una palabra en que late, entre otros, el cliché del cuestionado discurso revisionista de la historia puertorriqueña, así también como el del nunca faltante discurso quejumbroso que evidencia, en su ensimismamiento, una desesperación capaz de generar, por lo mismo, ofertas lamentables.

En oposición a lo señalado, Font y Quintero establecen concomitantemente en sus respectivos textos una propuesta de peso: encarar sin remilgos el núcleo duro de toda esta problemática. Es decir: ante la flojera de la palabra fácil, grandilocuente y oportunista endurecer el pulso mediante el riesgo del diálogo serio y la problematización fructífera dentro de un marco de responsabilidad y desvictimización concretas. En realidad esto no es nada nuevo (creo, incluso, que tal práctica podría rastrearse periféricamente en ciertos blogs, entre otros pocos espacios, que posibilitan la interacción y el debate). No obstante, el problema se recrudece cuando los medios de comunicación (periodísticos, televisivos, radiales) optan por trivializar este asunto mediante ejecutorias complacientes o meramente informativas (en el peor de los casos, propagandísticas) que, en la medida en que terminan invisibilizando voces alternas, también niegan el sesgo confrontacional o el escrutinio diligente en favor de tratamientos políticamente correctos que no ayudan siempre a generar discusiones provechosas ni avances reales. Falta apertura y diversidad en dichos medios. Falta espesor y riesgo. O, quizás, falten sencillamente otros espacios capaces de dar cabida a todo ello en función de tornar, a su vez, la blanda costumbre del suave lector en gruesos horizontes de expectativas que radiquen en la exigencia, en la inconformidad y el cuestionamiento importantes. Algo más falta: la predisposición del escritor para la desestabilización de este contexto. “Algo raro hay en los actos de escribir y hablar”, dijo Novalis.

 

II

Los últimos dos textos de este dossier (Plural 18) están constituidos por una entrevista que Ana María Amar Sánchez realiza a Eduardo Lalo para la revista argentina Katatay; y a una reseña, escrita también por Font, en torno del libro Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos de Mario Cancel. En diálogo divergente con el discurso fácil sobre el que dan cuenta Font y Quintero en sus textos anteriores, éstos evidencian acercamientos distintos.

En el caso específico de Lalo, abordar la palabra –más allá de todo lugar común– implica dar visibilidad a las estrías que incomodan al discurso higienizado de otros. Si bien atisba aspectos tradicionales que incumben al discurso literario puertorriqueño (el colonialismo, el aislamiento, las generaciones), ello no deriva en un panegírico (auto)complaciente ni mucho menos. Tal acercamiento deviene una focalización fresca, cuya lucidez se sostiene sobre un apalabramiento prudentemente alejado del discurso ensimismado de la víctima. No obstante aceptar la fatalidad como una pieza importante de su producción escritural y transgenérica, la misma no comprende una huella más de la queja institucionalizada sino una instancia ineludible desde donde se haga posible generar un pensamiento móvil cuyo desplazamiento arroje duras luces sobre las fisuras y el vértigo en los límites del Orden (y las órdenes) que imponen los grandes sistemas. En ese sentido, Lalo piensa en el abismo sin que por ello su pensamiento se reduzca a un mero gesto abisal. La hondura positiva de dicha operación obliga necesariamente a hacer rechinar la máquina del lenguaje hasta el punto de producir una suerte de palabra desencajada que logra espesarse con significaciones inéditas allí donde el vacío y el silencio no habrían sido comprendidos sino como oquedad y mudez. “Lo que no reluce puede ser también oro”, dice Lalo en la entrevista. Una lectura detenida de su libro donde pone en evidencia lo antedicho.

Otro desencaje importante acontece en la empresa reflexiva que Mario Cancel desarrolla en Literatura y narrativa puertorriqueña: la escritura entre siglos. La reseña de Font sobre este libro pone sobre relieve su relevancia y posibilita contrastar algunas estrategias críticas de envergadura en el mismo con el discursón tachable que más arriba habíamos comentado. Al proceder jerárquico, vigilado y paternalista, este libro opone un enfoque horizontalizador, inclusivo y panorámico que da al traste con un tratamiento de dimensiones interdisciplinarias capaz de recontextualizar el mapa de las letras puertorriqueñas bajo una óptica conceptual del presente.

 

III

Vistos en su conjunto, los cuatro textos de dicho dossier sobre literatura puertorriqueña actual constituyen, desde sus distintos ángulos, una demanda insoslayable para pensar en serio el espacio y la toma de la palabra que quieren hacer referencia al espectro de nuestras letras. Un pensar responsable (en el mejor sentido bajtiniano) con capacidad de desplazamiento, desvictimización y riesgos en función desarticuladora de otros espacios y otras palabras que, en su aspiración fagocitante y siniestra, no hacen más que rendir tributo al anquilosamiento de siempre. Es cuestión de poner la pólvora junto al fuego.

 

 

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